- ARAGONÉS -
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Nº 30 - ARAGONÉS
Nº 30 - ARAGONÉS
Corrida pródiga, accidentada, diferente. El cartel más raro y difícil de todo el abono. Frascuelo, padrino de la confirmación de alternativa de Israel Lancho. Treinta y tres años de diferencia en antigüedad dentro del escalafón. No es que Israel sea un niño, cumplirá en otoño los treinta, pero el día que vino al mundo en Badajoz, Frascuelo llevaba ya un lustro de matador de toros y casi quince años en el oficio. Doblaba el padrino al confirmante en edad. Que no es frecuente. Raro también apuntarse a una de Cuadri para confirmar. No habría otra. De los ocho toros que Fernando Cuadri trajo esta vez, sólo cuatro pasaron el reconocimiento. Por lo que fuera. Se completó corrida con dos toros de sangre santacoloma del hierro de San Martín. De líneas distintas.

    Con el primero, astifino y alto de agujas, bravo en el caballo pero sin fuerza y con querencia a tablas, confirmó Lancho. El toro lo cogió en un cite en falso y lo izó del suelo. Seco zarandeo brutal. Un boquete en la taleguilla. Solamente. Pura fortuna. Estuvo firme el torero, de la última cosecha de matadores extremeños. Firmeza notoria porque el mozo mide casi dos metros. Rubio, flaco, fino, trigueño. Como un obelisco. Imposible taparse. El porte es elegante. Mal acerada la espada, el toro de la alternativa cayó de dos pinchazos tal vez en hueso y una estocada.

    Con Frascuelo se cebó el infortunio. El segundo, cárdeno, ligeramente paso de pitones, no lució en el caballo pero descolgó a los engaños desde el primer viaje. Frascuelo lo lidió por delante con suavidad y temple: le había gustado. Tanto que, nada más devueltos los trastos, se lo dejó venir de largo en tablas. En ellas abrochó una gavilla deliciosa de cinco muletazos por abajo, tres de ellos cambiados, espléndidos. Por abajo, sin prisas. Y enseguida, a los medios y de largo para citar, traer y vaciar un viaje bueno por la diestra y cumplir tanda. Con más torería que gobierno. La siguiente idea fue, en el platillo todavía, citar Frascuelo con la izquierda, librar el primer ataque y abrirse en el segundo. Pero dejarse tropezar y enganchar engaño en el tercero. Para salir, ¡ay!, feamente cogido en el cuarto. Zurra y cornada. La fama de certero del toro de Santa Coloma. Dos cornadas graves en los muslos: una al vuelo y otra en el suelo. Auténtica consternación el ver al viejo maestro tan mal herido.

    Pero esto son toros, y son así, y siguió por su paso la corrida. Iván García, todavía convaleciente de una gravísima cornada del pasado septiembre, despachó el toro que hirió a Frascuelo y salió como mejor pudo y supo del compromiso de matar los dos de Cuadri que le habían caído en suerte. El tercero, pegajoso, lo vio mucho y le hizo perder pie. El quinto, tremendo de hondo, fue toro espectáculo y fiero: derribó en varas, metió en las troneras a todo el que osara hacerle frente, apretó de verdad por las dos manos y fue como buque sin timón ni frenos. Desbordado y voluntarioso, Iván no le vio la muerte a ninguno de los dos. Israel no le perdió la cara al cuarto cuadri, primero de los tres cinqueños del envío. Tampoco le puso la muleta por delante. Se encajó bien. Le pidieron brevedad. Respondió con entereza.

    Y al fin estalló la sorpresa de la feria. La mayor de todas. Con un bravísimo sexto de nombre Aragonés, de codicia desbordante por el son, el galope y el ritmo, bravo de verdad aunque hiciera salida de manso. Noble, entregado, de imponente presencia. Fue el toro de la revelación de Israel. El que lo pone en el mapa. Porque el torero, casi devorado por los nervios y por el propio toro en el recibo, decidió jugarse el todo a una carta y darlo de paso todo y más. Sabiendo de qué iba.

    En los medios abrió faena con un cambiado por dejando venir al galope y de largo al toro, larguísimo pero muy bien hecho. Casi despedido y arrollado al tercer viaje, aguantó Israel y remató con uno de pecho soberbio. Fue tanda de cinco y se oyeron de pronto los tambores: iba a haber triunfo. En la primera tanda con la diestra, vino el toro tomado y gobernado por delante. Cuatro ligados y el de pecho. El toreo, para adentro. Ni un paso en falso ni atrás de Israel. La siguiente tanda, con la zurda. Tres y el de pecho. El abecé del clasicismo. Y el punto en que una faena toma vuelo mayor: una tanda con la izquierda de gran ajuste y a cámara lenta. Perfecta.

    Respondió el toro con incansable temple. No hubo enganchones, ni dudas en los embroques. La danza fue de las buenas y duró. Tupida y densa faena, sin más pausas que las imprescindibles, con su propio ritmo. El compás inevitablemente desgarbado de los toreros de casi dos metros. Pero de largos brazos y mano baja. Y gran asiento. Se desbordó la emoción. Cuadrado en los medios, atacó Israel con la espada pero cerrando los ojos. Atravesó al toro y le hizo guardia. Luego, en tablas, lo mató por derecho y por arriba. La muerte del toro, resistidísima, tan de bravo, puso a la gente de pie.
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© Irene - Gilberto.