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EL OTRO TOREO
(Jorge Arturo Díaz Reyes)

Tarde tensa, dura, en que los toros, que traían con qué, salieron a no dejarse. Trapío, poder y genio. Nada de concesiones. Dificultades muchas que cotizaron cuanto se les hizo y sí no se cobró fue porque no pudieron matarlos a ley.

Cuatreños los cuadris, pertrechados, negros, parejos, con 580 kilos promedio y dos de ellos por encima de 600. Blandearon en varas el primero y el sexto, pero luego no, desairando a los devolvedores de oficio. A los capotes arribaron descompuesto y punteadores. A los petos, tardos carialtos y calamocheantes. El segundo hizo ovacionar a Pedro Iturralde arrancándose de largo y codicioso a dos buenas puyas, aunque tomándose su tiempo en cada preámbulo.

En banderillas esperaron emboscados y ya sobreseguros tiraron al pecho, eso engrandeció los cuatro pares, alternando pitones, de Fernando Sánchez al segundo y al quinto, aclamados con sendos saludos. Su serena decisión y su sonrisa distendida mientras caminaba lento con las manos bajas y la frente alta hacia los toros acentuaron el dramatismo de las entregadas ejecuciones.

Ante las muletas no fuero más amigables, remolones, pensadores, arrolladores, buscando por arriba, revolviéndose pronto a diferente nivel, orientándose y solo aceptando autoridad cuando esta se impuso a cambio de apostarlo todo.

Robleño lo hizo con el cuarto que parecía no tener un pase. Jugado, tragando de a uno en uno, le fue metiendo hasta lograr series por una y otra mano de gran valor. La plaza con él, pero el arrojo desplegado en la faena falló en la suerte suprema. Saliéndose dos veces, pinchó primero y luego puso la espada baja, renunciando al triunfo por el que había ofrecido tanto. No es justo.

Castaño, azotado por el viento echó profesionalismo, pero no pudo evitar ser opacado por la brillantez de su cuadrilla, ovacionada toda en su primero. Con el otro se superó y alcanzó tandas de mérito no avaladas por su espada incierta y las tarascadas finales.

José Carlos Venegas, el menos curtido jugó en desventaja, pero compensó con ganas y coraje la falta de kilometraje. Cogido por sus dos toros, acarició el sueño hasta el pase de pecho con que cerró la última serie natural. Estaba bien. Había que matar. La presidencia se lo avisó. Tomó la espada y de pronto le dio para citar una bernadina innecesaria, incongruente, desubicada de la cual salió cogido y apaleado. Maltrecho, contundido entró a matar pegando un bajonazo que tiro todo por la borda y se fue a la enfermería sin nada.

Este toreo de toro indócil y adrenalina, recuerda los tiempos heroicos que construyeron la grandeza de la fiesta sobre su ética. El hombre venciendo la fuerza de naturaleza. Vale mucho que Madrid lo mantenga vigente. Mañana los de Dolores Aguirre.
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© Irene -Gilberto