SAN ISIDRO 2015

 
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AL RICÓN DE PENSAR
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    Salió al ruedo el cuarto toro y se oyó en la Plaza un rumor de admiración. Alto de cruz, largo de cuerpo, rabilargo, de cuerna engatillada y mirada penetrante, con un pelo castaño que se oscurecía en el cuarto delantero aleonado. No era el típico cuadri de pelo azabache, por tanto se salía del esteriotipo de esta subraza de lidia que creara don Celestino en el año 46 con un popurrí de sangres, entre las que dominaba la ibarreña de Santa Coloma (antes del cruce con Saltillo), aderezada con un porcentaje de Urcola y unas gotitas parladeñas de la punta de ganado de Gamero Cívico que manejó Juan Belmonte. Era un toro que traía reminiscencias de los urcolas que creara un caprichoso vasco a principios de siglo con los vistahermosas de Adalid. Apareció altivo, marchoso, pidiendo guerra. Se llamaba Tejedory pesaba 606 kilos. Pedazo de toro.

    Aquél toro se arrancaba a todo lo que se movía, tomó los vuelos del capote con codicia inusitada, se revolvía retador, metiendo la cara por abajo y galopando a gran velocidad. Vio al caballo de picar que montaba Valdeolivasy le propinó un testarazo que hizo saltar al piquero por los aires. Aires de toro an tiguo, traía a Las Ventas este cuadri urcoleño, en estampa sepia. Un toro para tirar la moneda, para apostar a todo o nada, a cara o cruz, que es la eterna incertidumbre del toreo.

    Luis Miguel Encabo se enfrentó a este bello ejemplar de la cabaña de lidia y lo toreó con decisión a la verónica, pero tragando el escaso jugo que debían generar sus glándulas salivares. Daba miedo este toro, la verdad. Cuando el picador que voló por los aires y rodó por la arena se incorporó a la silla de montar y acabó un descompuesto tercio de varas –¡qué mal se pico toda la corrida!—asistimos, sin duda, al momento más emocionante de la corrida. El matador, Luis Miguel, apercibido del poderío del toro, de sus veloces arrancadas y de su bravura incontestable, cedió los palos a los miembros de su cuadrilla, y allí apareció la figura menuda de Ángel Otero, embutido en un vestido negro y azabache, arrancando ágil, solo, alegre, sin perder la línea, sin más que la gracia contra la ira, como rezan los versos de Manuel Machado, para colocar un par magnífico, un par que parecía imposible, por la altura del cerviguillo del toro y la menguada estatura del banderillero; por tal motivo, en el segundo intento, el engallado Tejedor le quitó los palos al alzar los brazos en el embroque, antes de clavar, de un violento cabezazo. El público –y el torero—solicitó un nuevo par, pero ya aquél toro se había hecho con los mandos del segundo tercio y no permitió que se consumara la suerte más que a medias. No obstante, la ovación para Ángel Otero fue la más rotunda de la tarde.

    Después, Luis Miguel Encabo debió echar cuentas de la papeleta que tenía por delante, recapacitó sobre su situación, y se guardó la moneda que, en casos como éste, los toreros deben colocar en el casillero de la ruleta del triunfo… o del fracaso, apuestas ambas de muy difícil predicción. La suerte, es caprichosa, y más aún, en circunstancias tan apremiantes. Luis Miguel regresaba a Madrid, a la Plaza donde alcanzó un sorprendente éxito de novillero y donde tantas tardes ha esgrimido sus excelentes cualidades y las lecciones que aprendió en la Escuela Taurina, la que, al parecer, quiere cercenar la probable alcaldesa de la capital del Reino. Regresaba ante una corrida de acreditada dureza, por la bravura empírica de sus toros. Él lo sabía y lo aceptó. Este cuarto toro embestía con codicia, encastado, con poder, probablemente porque no fue castigado en varas, por eso había que echar el resto con la muleta, y quién sabe lo que podría haber ocurrido. Con esa incógnita nos quedamos cuando el toro fue conducido al arrastradero, en medio de una ovación. Se había encontrado Encabo, en primer lugar, con un toro que llegó aplomado y reservón al tercio final, y estuvo lo que podríamos decir, en profesional, con oficio, aunque –supongo– estas calificaciones no deben ser bien acogidas por los intérpretes del arte del toreo que se sienten como tales. Y Luis Miguel, es uno de ellos. Colocó a ese negro toro una estocada en la yema, limpia, perfectamente ejecutada. Fue lo mejor de su reaparición madrileña. Ahora, al rincón de pensar.

    Valeroso, esforzado, empeñado en rebañar las embestidas de su lote de cuadris, y las palmas del público, estuvo toda la tarde Fernando Robleño. Fue, de los tres, el que con mayor dignidad y sentido de la responsabilidad se empleó en el ruedo, ante un lote de toros de distinta condición, uno, el jugado en segundo lugar, que reponía con presteza los terrenos del viaje, aunque embistió con más templanza por el pitón izquierdo y otro, el quinto, único cinqueño de la corrida, que levantó en vilo al caballo de picar montado por El Legionario, y, después, ante la muleta, remoloneó, pero le faltaron un par de trancos para completar el recorrido que le trazaba el torero y acabó agarrado al piso, sin dar mínimas opciones al valeroso Robleño. Ni un pero, a su actuación.

    Alberto Aguilar, en cambio, solo mostró esa decisión en el primero de su lote, que no aguantó más de dos tandas de muleta, se vino abajo estrepitosamente y se echó al suelo sin que le acabaran de clavar la espada. El sexto, fue más temperamental y algo reservón, pero apuntó cierto recorrido por el pitón izquierdo y el joven torero no supo cómo meterle mano. A esas alturas de la corrida, un toro de estas características debe generar un respeto imponente. El respeto que debe imponer, siempre, siempre, el toro bravo, con los inconvenientes que pueda conllevar.

    Respeto que el público debe trasladar a quienes se ponen delante de él y, en consecuencia, valorar en justa medida lo que acontece en el ruedo. En esta Fiesta nuestra, tan controvertida y apasionante, todos deberíamos ir, de vez en cuando, al rincón de pensar.

    Ficha de la Corrida

    Madrid, Plaza de Las Ventas. Feria de San Isidro. Vigésimosexta de feria. Ganadería: Hijos de Celestino Cuadri. Corrida compacta de hechuras, en el clásico tipo de su célebre y original encaste, con toros de abundante romana e imponente seriedad, badanudos, cuajados y bien armados, aunque de escaso fondo. Se arrancaron con presteza al caballo de picar y aguantaron el castigo, pero, en general, llegaron aplomados al tercio final, excepto el sexto y, sobre todo, el cuarto, que fue muy encastado, temperamental y agresivo. Espadas: Luis Miguel Encabo (de turquesa y plata), buena estocada (silencio) y estocada que asoma y dos descabellos (aviso y pitos), Fernando Robleño (de tabaco y oro), estocada valerosa (aviso y ovación) y pinchazo y estocada caída (silencio) y Alberto Aguilar (de azul y oro), tres pinchazos y el toro se echa (silencio) y pinchazo, media cuarteando y tres descabellos (silencio). Entrada: Tres cuartos. Cuadrillas: En el cuarto toro, Ángel Otero protagonizó un emotivo y meritorio tercio de banderillas. Incidencias: Tarde muy calurosa, sin viento.

Fernando Fernández Román | 03/06/2015

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