JOSÉ ESCOBAR

    El hombre que demostró amar más la integridad de los toros de Cuadri que a su propia vida

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    La historia es larga, empezó cuando un niño rubio. seis años apenas, corría con un chivito entre los brazos para que mamase de su madre. Entre las más de 100 cabras el niño supo ahijar con rutinario tino y acercó sin dudar al instante al mamoncente a las ubres de su madre.
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    Don Celestino Cuadri era un hombre observador y generoso. no perdió puntada del detalle y desde ese día le puso un jornal de hombre y le marcó un destino de hombre al niño que era ganadero desde su cuna.

    Ese José Escobar ya está jubilado, este Jou, con evidentes rasgos anglosajones, es el libro escrito con tierra sobre piedra de Cuadri. Don Celestino se empeñó en que fuera el mayoral del futuro, "Te tienen que gustar las vacas tanto como las cabras. Es un ganado más agradecido y noble" le repetía, mientras le daba las listas de las familias, la de las "Mañas", de las "de Huelva hasta el Rocío", la de "las tratantas".. "para que te hagas con ellas".

    Conocimos a José cuando ya era un mito. La historia que contamos hoy es la suma de dos historias y una conclusión evidente.
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Así acabó la lidia de Brujo Jose Miguel Arroyo en Mont de Marsan Terres Taurines
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    Empezamos por el final. Mont de Marsans. Se lidia una corrida para Jose Miguel Arroyo. En los corrales un banderillero del madrileño hace derrotar en los burladeros de obra dos veces al de la H, que era un pavo,. El toro se astilla, sangra. José Escobar se arranca y se tira al cuello del rehiletero. La tensión es evidente. Entre todos los presentes logran apaciguar al de Trigueros que tiene lágrimas en los ojos. Lágrimas macho, de las que nacen del amor al animal que es su compañero eterno de trabajo. Los que conocemos a Escobar sabemos que es un hombre templado, muy templado, lo más alejado que imaginamos de la violencia. No soportó el dolor, la humillación la falta de nobleza con que fue tratado el toro. Usó la fuerza para expulsar a los mercaderes del templo. Por cierto no le fue mal a Joselito con aquel "Brujo" en les arenes de Plumaçon, cuya historia ya contaremos otro día.
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    Tres años antes, o después, en una plaza de la Mancha se enchiquera una corrida criada en Comeuñas. Quien ejerce de torilero anda contento el hombre. Noche de feria, protagonismo complaciente, efluvios del alcohol que aún no se han disipado. Para ayudar en la labor, José debe bajar al corral desierto, típicos escalones de hierro forjado. José baja de espaldas, avisa de que esperen a que esté dentro del chiquero para abrir las puertas de los corrales. El torilero aguanta las dos cuerdas de esas puertas detrás de las cuales están lo toros en sus manos mientras José baja. En un momento el torilero decide abrir, sin mala intención, se lía el hombre y tira de la soga. Escobar pone el pie en el suelo y recibe, sin saber de donde viene ni de donde ha salido, el empellón del toro que se ha colado tras abrir la puerta el alegre hombre de la soga. Mientras vuela Jou a resultas del terrible impacto, comprende la situación. Al aterrizar de nuevo, de manera milagrosa de pié. el toro se le arranca de nuevo y Escobar, de paisano pero con sombrero de ala ancha, se quita el sombrero y se hace el quite tirándolo al arrancarse el toro. El toro acude al gorro, se desvía lo justo y golpea la muñeca del mayoral al que le arranca el reloj, que Jou recoge sin dejar caer al suelo mientras se refugia expedito en el burladero. Una vez dentro, aún el pitón del toro le rompe los vaqueros. Desde la meseta de toriles mucha gente ha seguido la secuencia. Se ha rondado la tragedia en unos pocos segundos que se hacen eternos. Los murmullos siguen a los gritos de horror. José sube la escalera. se dirige al avergonzado torilero, le da la mano y le dice que deje las cuerdas, que alguien habrá que este en condiciones de manejarlas. Los asistentes esperan una reacción furibunda, una bronca al menos, No conocen a Jou. Ni un aspaviento, ni un grito, ni una mala cara en el hombre con los calzones blancos al aire, sin reloj y sin sombrero.
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