UNA DENSA CORRIDA DE CUADRI

Madrid: 24ª de San Isidro

1 Junio 2.013

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    Más espectaculares que entregados, seis toros de distinta condición. Ninguno sencillo. Aparatosa apoteosis de la cuadrilla de Castaño. Sobrio, profesional y torero Robleño.

    Madrid. 24ª de San Isidro. Lleno. Primaveral. Algo ventoso.

    Seis toros de Cuadri. Desigualó una corrida pareja un tercero ofensivo pero mal rematado. Corrida de generosas proporciones que superó el promedio de los 600 kilos en vivo. Sin celo en el caballo, fueron de desigual fondo. Duró muy poco un primero noble; resistieron mucho segundo y quinto, uno de buen estilo y otro más turbulento. Fiero el cuarto, que fue el más difícil. Se paró el segundo; se dejó el sexto.

    Fernando Robleño, de rosa y oro, silencio en los dos. Javier Castaño, de lila y oro, saludos tras aviso en los dos. Luis Bolívar, de burdeos y oro, silencio en los dos.

    El picador Tito Sandoval y los tres banderilleros de Castaño –Galán, que lidió, y los dos rehileteros, Adalid y Fernando Sánchez- dieron la vuelta al ruedo entre aclamaciones justo después de tocar a muerte los clarines y antes de faenar el matador.
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    LOS TRES TOROS DE Cuadri que pasaron la frontera de los 600 kilos se abrieron en lotes distintos. Uno de ellos rompió plaza. Jabato, número 38. Antes de aplomarse, pecado común a los seis de corrida, fue toro de cierta entrega. Bien embarcado por Fernando Robleño, aguantó sin protestar hasta tres tandas de cuatro en redondo y el cambiado de remate por alto. No era sencillo: muleta diminuta, torero pequeño, toro monumental de embestida segura por la diestra pero perezosa.

    Esta iba a ser la faena mejor armada y lograda de toda la tarde. La más resuelta. Sin gestos ni apuros. Cuando ya estaba la suerte echada y el toro más o menos rendido, Robleño salió tropezado y derribado por un cabezazo. Jugando con ciencia la mano izquierda que descubría al toro, cobró una estocada desprendida.

    La brevedad y claridad de ideas, el asiento tranquilo de Robleño, y su probado oficio, que puso a prueba el toro más fiero de la tarde. Más cerca de los 550 que de los 600 kilos, pero era castaño, tenía la cabeza como enroscada en el tronco y por eso, y por ventrudo, parecía todavía mayor que el primero. Fiereza, listeza, sentido y bravuconería se resolvieron de fogosa manera. Tardo pero codicioso, codicioso pero tardo, el toro se puso por delante antes de lo previsto. No fue tarde ventosa, pero uno de los raros golpes de viento vino a descubrir a Robleño cuando, calculada estrategia, iba metiendo en vereda al toro.

 
 

    El toro había parecido en varios momentos de la lidia una caja de bombas y, a ratos, un laberinto sin salida porque llegó a quedarse de salida en las zapatillas dos veces, oliscó como un sabuesito y les hizo regates al propio Robleño y a Ecijano II, que lo lidió a la defensiva. El toro derribó en una primera vara escandalosa, pegó cabezazos al tomar la segunda. Bailar un vals con el oso del circo. De eso se trataba. Robleño cortó en el momento justo y, al fin, entrando por derecho cobró una estocada extraordinaria. Con la mínima y justificada ventaja de soltar el engaño justo en el momento de pasar el fielato.

    Los otros dos pesos pesadísimos de la corrida se soltaron de quinto y sexto. El quinto, de buche frondoso e inmensa caja, larguísimo, se encampanaba en bella postura. Tardó mucho en atender el reclamo del caballo de pica –no tanto como el sexto, que se tomó hasta tres minutos para fijarse- pero fue toro de sobresaliente fijeza, bastante más pronto que tardo en banderillas y un punto mirón en la muleta. El más correoso de los seis, con el punto pegajoso y turbulento tan de los cuadris. Quiso más distancia que la que ofreció Javier Castaño, muy dueño de sus nervios pero no tanto del toro, que vino empapado pocas veces y demasiado suelto otras.

 
 

    El aire sopló en momentos inoportunos y el toro, sangrado poco en varas, se descomponía si no venía toreado. Eso le dio emoción particular a la pelea, que se vivió con la resaca de una euforia insólita: los tres banderilleros y el picador Tito Sandoval se pegaron entre aclamaciones una gloriosa vuelta al ruedo después de cerrarse un brillante y espectacular tercio de banderillas de hasta cuatro pares. La euforia empujó a Castaño, se celebraron los mejores momentos de la porfía y se perdió por eso el sentido de la medida de la faena. Una faena demasiado prolija que terminó con un gancho del toro a la boca o la nariz del torero de Cistierna. Un porrazo que estuvo a punto de dejarlo sin sentido. Por eso y porque el toro no descolgó a última hora, se hizo laborioso pasar con la espada: media caída y trasera, tres descabellos.

    El tercero de los de seiscientos y pico se jugó de sexto. Cinqueño, traza de locomotora, nombre de ilustre reata –Aragonés- y de trato no malo. Ni bueno tampoco. Anduvo seguro Bolívar en la lidia compleja de toro tan ajeno al caballo –no de manso, sino de docilidad campera- y trasteó con él con autoridad y buena mano. Era tarde, cansada la gente, monótona la faena y le pidieron que acabara.

 
 

    El tercero, que se plantó en los 530 kilos, ligeramente renco o descaderado, de inseguros apoyos, tuvo poca fuerza, se metió desganado por dentro, se revolvió y se paró de golpe. Bolívar se lo tomó con calma con la espada. Los tres banderilleros de Castaño saludaron también tras cumplir tercio en el segundo de corrida, que no dio los 600 kilos por solo ocho. Ebanista, de la familia de los madereros de Cuadri. Fue toro noble, admitió faena muy extensa por las dos manos, le costó repetir más allá del tercer viaje –y entonces se rebrincaba-, terminó acortando y hasta abriéndose de manos en las pausas entre tandas. Castaño no se cansó: péndulos, cruces de pitón a pitón. Casi se sentía más el aliento del torero en la cara del toro que al revés. Se celebró la tensión del cara a cara. Un pinchazo, media y tres descabellos. Dos horas después terminó la feria.

    Texto: BARQUERITO. (COLPISA)
    Fotos: JUAN PELEGRIN - Blog de Manon. 

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