CORRIDÓN DE CUADRI
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Fernando Fernández Román
    En el riquísimo anecdotario que pone celofán al envoltorio de la historia del toreo, la figura de Rafael Guerra Bejarano (Guerrita) aparece como autor de frases sentenciosas o partícipe de situaciones inverosímiles, cuando no ciertamente divertidas. Ocurre, sin embargo, que un gran número de los hechos que se cuentan, encabezando el relato con la frase “Como decía el Guerra…” carecen de fundamento; no los hechos (que pueden tener un apreciable componente de verosimilitud) sino el encabezamiento. Resuelvo, por tanto, que la gran mayoría de las anécdotas se le adjudican al “califa” cordobés, no son más que apócrifos sucedidos, ocurrencias puntuales y felices que brotan del muy afilado ingenio de la gente del toro, pero lo que se cuenta ni lo dijo el Guerra ni Dios que lo fundó. Éste Guerra debió ser, en verdad, guerrero dentro y fuera de los ruedos. Dentro, omnipotente, arrollador, mandón y máxima figura de su tiempo. Fuera, sobre todo ya retirado, clamoroso patinador en sentencias y vaticinios y faltón, muy faltón, aunque él quisiera revestir sus lacerantes opiniones con el beatífico manto de la sinceridad. Prueba de ello es su sarcástico comentario acerca de la estatura de quienes se ponen delante del toro en el ruedo de una plaza: “No me gustan los toreros a los que los gorriones puedan picarles en el culo”. Demoledor y desconsiderado, el Guerra.

    El introito viene a cuento de la tarde de toros que ayer protagonizaron en Madrid la corrida enviada por el ganadero triguereño Fernando Cuadri y los encargados de estoquearla, Rafaelillo, Castaño y Bolívar, tres toreros que, si los ponemos en fila por orden de antigüedad, formarían una escalera de menor a mayor, bien que el más alto (Bolívar) no es un tallo, precisamente. Llega a ver esta formación el Guerra, contempla el juego de los toros y sale de Las Ventas rezongando: “¿Veis como tenía razón?…”

    Digámoslo pronto: la corrida de Cuadri fue un corridón; por presentación, siempre fiel al fenotipo del encaste y por comportamiento. De los seis lidiados, solo el cuarto fue un pájaro de cuidado, avisado, traicionero, anunciando “hule” por los dos pitones. Un toro para machetearlo y despenarlo como buenamente se pueda, que fue lo que hizo su matador, Rafael Rubio “Rafaelillo”. Los pitos al torero y las palmas al toro solo se justifican desde la ignorancia más supina, de lo que se deduce que ignorantes en esta plaza hay para regalar.

    El resto, fueron cinco grandes toros. Grandes, en el doble sentido de la acepción: por tamaño y por su excelente respuesta a los estímulos que les imponía la lidia. La mayoría recibieron el aplauso póstumo del público, justo lo contrario (aunque con mayor tibieza) de lo que escucharon los toreros. Cinco toros, se dice pronto, acudiendo con prontitud y alegría a los caballos de picar y mostrando poder, buena casta, bravura y nobleza (en distinto grado) en el tercio final, es como para darse con un canto en los dientes, ¿verdad, ganadero? Pues vamos al grano.

    Salvemos de ese grano a Javier Castaño, que fue volteado brutalmente por cometer una estupidez: perderle la cara a un toro bravo. Fue en el segundo de la tarde, un toro feote de cara, playerón y cornivuelto, que no humilló tanto como el que acababa de ser arrastrado, pero se movió con nobleza ante la muleta de Castaño. Sin embargo, pronto se vio que el torero estaba mermado de facultades. El porrazo fue tremendo, y el golpe, en la cabeza, de los que arrancan un gesto de alarma en quienes lo contemplan. Tras estoquear al toro, deficientemente, Javier se fue a la enfermería, de la que no volvió a salir. Una pena, porque se anunciaba un “castañazo” en Madrid. Habrá que esperar.

    Luis Bolívar copó en el sorteo el lote más encastado. Dos toros de los que si apuestas y ganas, sales rico. El tercero, con menos carnes que sus hermanos, llegó enterizo a la muleta, tomándola sobrado de nervio, encastadísimo y codicioso, bien que algo rebrincado. Para eso está la técnica, el dominio de las suertes y el conocimiento de los toros. Bolívar aguantó el tirón del toro, y respondió a la exigencia del “cuadri” con tres tandas aceptables sobre el pitón derecho, aunque no lo suficiente para que el público entrara en la faena. El jugado en quinto lugar (se corrió turno por el percance de Castaño) fue el más bello de estampa de la corrida, pero empujó desordenado en el peto y se quiso quitar el palo. Cuando el colombiano le ofreció la muleta empezó embistiendo rebrincado y agresivo, pero se fue atemperando y acabó deslizándose noble, especialmente por el pitón izquierdo. Al final, llegaron los enganchones y el enfado del público. Ovación al toro y pitos al torero.

    Fue la tónica que marcó la actuación de Rafaelillo. Ya hemos apuntado que lo del cuarto toro no tuvo ningún fundamento, pero dio la impresión de que el torero murciano dejó escapar una buena oportunidad con el toro que abrió el festejo, bravo-bravísimo en varas (tres puyazos entrando de largo y quedándose a empujar) y con notable movilidad en el tercio final, hasta mediada la faena. ¿Cómo estuvo Rafael con el dulce “cuadri”? Echemos mano del rico y muy gráfico lenguaje taurino: aseado. Sin más. Le correspondió lidiar y estoquear al sexto (segundo del lote de Castaño). Un toro largo como un tren, cuya aparición en el ruedo desató una ovación, cumplidor en varas y de excelente juego en el último tercio. Bravo, noble, obediente… y largo, repito, de anatomía. El torero, en cambio, es valeroso, irreductible, voluntarioso…y bracicorto. He aquí el busilis de la cuestión. El toreo no solo consiste en imponer un valor arriscado y montaraz (de eso tiene Rafael para dar y tomar); también hay que aportar una técnica depurada y una mínima expresión estética. Rafaelillo se esfuerza, pero la longitud del brazo que torea solo alcanza a describir un arco de reducidas dimensiones y, como en el caso de ayer, cuando el muletazo finaliza, el toro aún tiene los cuartos traseros tras la cadera del torero. Los toros bravos no pasan por incercia, sinó por donde les obliga el mando del torero. Se vieron muchos pases… y no pasó nada. Una lástima, Rafael.

    También se le achaca al Guerra una sentencia que viene al pelo con el asunto: “lo que no pué sé no pué sé, y además es imposible”.

    Madrid.- Feria de San Isidro. 23ª de abono. Más de tres cuartos de entrada.

    Toros: Hijos de Celestino Cuadri, de gran trapío y abundante romana, excepto tercero. Bravos y encastados, salvo el cuarto, que desarrolló sentido y mucho peligro. Los restantes brindaron a los toreos embestidas encastadas y nobles. La mayoría fueron muy aplaudidos en el arrastre.

    Toreros: Rafael Rubio “Rafaelillo” (de rioja y oro), dos pinchazos, estocada y descabello (aviso y leves pitos), tres pinchazos, media y dos descabellos (pitos), estocada (silencio), Javier Castaño (de celeste y oro), tres pinchazos, estocada y dos descabellos (silencio) y Luis Bolívar (de esmeralda y oro), pinchazo y estocada desprendida (silencio), media estocada (pitos).

    Parte médico Javier Castaño: Traumatismo craneal y cervical. Conmoción cerebral. Pendiente estudio radiológico. Pronóstico reservado que le impide continuar la lidia.
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